El conde de Saint Germaine (h. 1696 - 1784) fue uno de los personajes más enigmáticos que rondaron las ya de por sí extravagantes cortes del barroco. Sus orígenes eran inciertos, y lo mismo aseguraba haber nacido en Egipto como ser hijo del último rey de Transilvania. También hacía gala de toda clase de conocimentos esotéricos y herméticos, que decía haber aprendido en el lejano oriente. El conde, además, era prolijo en sus apariciones: no falto quien aseguraba haberlo conocido en la corte imperial Rusa, en Amsterdam, Londres, París o incluso en los Estados Unidos; utilizando diferentes nombres. En Silesia se celebraron funerales por él en 1784, y tres años después se presentó, vivo y coleando, ante la reina María Antonieta de Francia.
Presumía de ser un gran alquimista, y de saber de momoria las recetas de toda clase de filtros: para encontrar el amor, llevar la desgracia a un enemigo, conocer el futuro... y, por supuesto, la piedra filosofal y la fuente de la eterna juventud.
Sus excentricidades hacían las delicias de la decandente nobleza europea. En cierta ocasión relataba a sus invitados una historia referida a Ricardo Corazón de León. Eran tan minuciosas sus explicaciones y tan vívidas las anécdotas que contaba que parecía que el conde había alternado en persona con el monarca inglés, muerto en el siglo XII. A mitad de su narración al conde le falló la memoria y llamó a su mayordomo para que le ayudase a recordar un detalle de su anécdota. El mayordomo, muy circunspecto, respondió:
- Disculpadme, señor, pero no conozco esa historia: yo solo llevo a vuestro servicio desde hace trescientos años.
Todo un récord de permanencia en un puesto laboral.
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