Pedro Muñoz Seca (1879-1936), dramaturgo español, recibió una vez una petición extraña: el matrimonio de porteros de su edificio había fallecido recientemente, y sus hijos querían que el insigne escritor les dedicara un epitafio rimado para añadirlo a su esquela. Muñoz Seca, sin pensarlo mucho, improvisó los siguientes versos:
Fue tal su laboriosidad
y la virtud de los dos
que están con seguridad
en el cielo junto a Dios.
Muy bonito y emotivo. El problema era que el epitafio debía ser aprobado por la diócesis antes de ser publicado, y el obispo de turno adujo que Muñoz Seca no era nadie para decir quien iba al cielo y quien no, que eso era un designio exclusivamente divino y que, en resúmen, su epitafio rozaba la herejía. Así las cosas, el dramaturgo escribió una segunda versión que decía así:
Se fueron los dos en pos
donde va siempre el que muere.
Pero no están junto a Dios
porque el obispo no quiere.
El obispo se agarró un cabreo digno de un patriarca bíblico al leer esta nueva versión y, como es de suponer, la vetó con la misma intransigencia preconcilar con que había vetado la primera. Ya algo mosqueado, Muñoz Seca envió a la archidiócesis una tercera versión de la esquela en la que se podía leer:
Flotando sus almas van
por el éter débilmente
sin saber qué es lo que harán,
porque desgraciadamente
ni Dios sabe donde están.
En resúmen: que al final los porteros se quedaron sin epitafio. Con la Iglesia hemos topado.