sábado, 27 de febrero de 2010

PROHIBIDO FUMAR (Y DIOS SALVE A LA REINA)


La reina Victoria de Inglaterra (1819-1901) fue toda una precursora en eso de la Ley Antitabaco, algo así como una Trinidad Jiménez decimonónica. A pesar de que en aquel entonces todos los hombres fumaban porque era un signo de virilidad (en las mujeres estaba terriblemente mal visto: una mujer fumadora era como una especie de prostitua a la que encima le olía el aliento a cenicero), a la Reina Emperatriz le irritaba tremendamente el humo de los cigarros.


A causa de ello, se prohibió tajantemente fumar dentro del Palacio de Buckingham. Los invitados de la Reina en los que el vicio estaba muy arraigado las pasaban canutas durante sus estancia en palacio sin poder echarse un cigarrete de vez en cuando. En una ocasión una de las doncellas de palacio descubrió al embajador francés con la cabeza metida en una estufa, dándole al vicio a escondidas.

Cierto diplomático estadounidense despachaba con su majestad cuando se le ocurrió sacar de su bolsillo un puro del tamaño de la pata de una mesa. Ignorando las fobias de la reina, el embajador se metió el puro en la boca y se dispuso a encenderlo. Se hizo un silencio tenso y el diplomático, mascándose la metedura de pata, preguntó:


- Disculpame, Majestad, ¿os molesta el humo?


- No lo sé. Hasta ahora nadie se ha atrevido a fumar en nuestra presencia.


Seguramente las relaciones diplomáticas entre ambas naciones nunca han estado más cerca de acabar en desastre...

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