sábado, 27 de febrero de 2010

¡QUÉ TONTERÍA DE PREGUNTA!


Albert Einstein, científico permanentemente enfadado con el peine, se encontraba en Estados Unidos realizando una gira de conferencias.

Sus anfitriones habían puesto a su disposición un chófer que lo llevaba a todas partes. El chófer era hombre más bien tirando a rústico, pero con una memoria prodigiosa: a fuerza de tener que escuchar una y otra vez la misma conferencia de labios del eminente físico fue capaz de aprendersela palabra por palabra.

En una ocasión el conductor se encaró con Einstein y le dijo:

- ¿Sabe? Eso que hace usted todos los días de subirse al estrado y soltar su rollo no parece tan complicado. Cualquiera podría hacerlo.

A Einstein le divirtió aquel farol por parte del chófer y le retó a intercambiar sus papeles: él conduciría y el chofer daría la conferencia en su lugar la próxima vez. Por aquel entonces Einstein aún no era tan conocido en los Estados Unidos como para que el engaño no pudiese funcionar. El bueno de Albert escucharía la conferencia sentado al final de la sala. El chófer no se arrugó y aceptó el reto.

Llegó el día de la conferencia y el intrépido conductor repitió lo que había escuchado tantas veces, sin dejarse ni una coma, dejando al público anonadado. Sin embargo, uno de los asistentes, con ganas de tocar las narices, interrumpió al orador haciendo una complícadísima pregunta sobre un supuesto físico. El chófer, que no había entendido una palabra, se limitó a asentir con cara de tipo inteligente y respondió:

- Caballero, esa es la pregunta más estúpida que me han hecho en toda mi carrera. Es más, es tan idiota que incluso mi chófer, que está sentado al final de la sala, se la podrá responder ahora mismo sin ningún problema.

Así es como se sale de un trance complicado.

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